Monday, August 4, 2014

LA INDIA QUE YO VI




I

En el verdor de un delicado jardín, una mujer cubierta con un velo de colores intensos está sentada de espaldas. La única piel que le veo es un pie cobrizo que se asoma. Está descalza. Pronto se incorpora, toma unas herramientas y se dobla sobre las plantas. Son las 11 a.m., la temperatura es 42ºC a la sombra. Estira un brazo y muestra el brillo de sus pulseras mientras trabaja encorvada. La he visto antes, muchas veces, en los campos que atravesamos cuando viajamos entre ciudades.  Allí las mujeres arqueadas, ataviadas de saris y velos de matices encendidos, son las flores de los cultivos. Princesas de lejos, peones de cerca.


II

En Delhi decidimos ir caminando a Connaught Circle porque es a solo 10  minutos desde nuestro hotel. El concierge nos explica lo fácil que es llegar: “Take a right, take a right and straight”. Y nos advierte: “en el camino se les van a acercar a decirles que hay disturbios y protestas políticas, que los van a asaltar porque son blancos y que no deben caminar por ahí porque es peligrosísimo. Pero no hagan caso porque esa gente están encompinchados con los de los rickshaws para que ustedes decidan no caminar. Luego esos rickshaws los llevan a tiendas que son trampas para turistas”.

Mis colegas Lee y Ann, y yo oímos el consejo que nos suena a ciencia ficción. Sin embargo, el libreto sucede al pie de la letra. Al menos tres hombres vinieron a “ayudarnos”, alertándonos de que si seguíamos a pie “se tropezarán con”: a) “Una protesta política que ya se está tornando violenta”. b) “Gente que los ve blancos y les pone trampas”; “they'll throw shit in front of you”. Ante mi cara, el tipo: “yes, shit, poop, shit!” Siguiendo el consejo del concierge, seguimos nuestro camino sudorosos a punta de “no, thank you” y llegamos a nuestro destino sin ver ni rastros ni de manifestaciones, ni de shit

Connaught Circle es una gran herradura de tiendas y ventorrillos. El contraste entre lo que veo en las vidrieras y lo que hay afuera de ellas es brutal. Adentro, aire acondicionado, mercancía de mediana a excelente calidad. Afuera,  familias enteras pidiendo limosna bajo el calor asfixiante, paredes manchadas para siempre de orín y de escupitajos de betel, perros para los que el adjetivo “sarnoso” sería un eufemismo, uno que otro hombre durmiendo en plena acera, al sol. Su propia mugre es su única protección.

Una sucesión de olores acompaña las imágenes que se atropellan en mis ojos y que no puedo procesar: aromas de especias le ceden el paso a un intenso olor a orín, diez pasos más allá, huele a jazmín y a rosa con canela. Me quiero quedar allí, parada frente a los jabones de glicerina. No sé por qué allí me siento serena. Algo que parece imposible en ese lugar.


III

En el Museo Nacional conozco a Saraswati, diosa del conocimiento, la música, las artes y la sabiduría. Leo que es una bella mujer para así personificar el concepto del conocimiento como algo supremamente hermoso y atractivo. Y yo, que vengo del país del Miss Venezuela y Diosa Canales, no puedo dejar de exclamar: “This is my kind of goddess!


IV

Mi primera experiencia con un baño de la India fue allí, en el Museo Nacional. Me explico, hablo de un baño no occidental. Un hueco en el piso. Una jarrita. Una manguerita. No hay papel toilet, por supuesto. Tampoco donde apoyarse. Por razones cada vez más obvias y aterradoras para mí, hay agua en el piso y las paredes. Un gancho en la puerta me permite salvar mi cartera del agua. Saco de ella el papel toilet. Comienzo la maniobra en puntillas. Mejor dicho, la acrobacia. Es un recordatorio de que ya no tengo 15 años. Mento madre. Esta vaina seguro fue diseñada por un hombre. ¿Cómo hacen ellas con sus saris? ¿Cómo hacen con ese telero? Salgo furiosa y, extrañamente, también admirada. Después de eso, cada poceta que encontré me trajo un suspiro de alivio y la más amplia sonrisa.


V

Atravesamos en rickshaw Chandni Chowk, uno de los mercados más viejos y concurridos de Delhi. Ir en rickshaw es como ir en mototaxi, pero con 2-3 personas más. El viaje es exhilarante por lo precario y por lo expuesto que uno se siente. Es, sin duda, una manera de sentir el país que no experimentas cuando estás en un vehículo con aire acondicionado. En el rickshaw nada amortigua ni los olores, ni el bullicio (aquí, tocar corneta es una forma de comunicarse y es constante). Estás en el país. En pleno país. Asegúrate de tener codos y rodillas adentro.

Chandni Chowk es de una densidad que sobrecoge. Allí hay desde vendedores de libros que dejan pálidos a los bouquinistes de las riberas del Sena, hasta mercaderes de especias impronunciables y desconocidas para mí. Hay tarantines de fritangas insalubres y de preciosas guirnaldas de flores. Siento que debería regresar aquí mañana. Que es imposible explorar cuando se tienen los cinco sentidos tan abrumados como los tengo yo hoy. Pero mañana viajaremos a Jaipur y no podré venir.

Tengo que regresar a la India. Ya lo sé.


VI

Noah Arceneaux fue mi alumno, uno de los mejores que he tenido. Ahora es profesor en San Diego State University. Lleva seis meses en Delhi haciendo investigación gracias a una Fulbright. Cenamos y nos ponemos al día. Él, su esposa e hijo viven en un apartamento en una zona clase media. La expectativa es que tengan “ayuda”. Es decir, alguien que limpie, alguien que les lave la ropa y alguien que cocine. Tres personas distintas que trabajen por día. Un batallón para una pareja acostumbrada al “do it yourself” que prevalece en Estados Unidos. (Yo tengo a Yolanda, de El Salvador, desde hace 15 años. Viene a limpiar 4 horas a la semana, cada 15 días. Ese es mi lujo). Para Noah encontrar quien cocinara y quien lavara la ropa no fue problema. Pero cuando entrevistó a varias mujeres para la limpieza se encontró que le decían “I don’t clean toilets or kitchens”. De repente llegó una que sí accedió sin problemas a limpiar todo el apartamento. Luego de un mes, Noah se atrevió a preguntarle si sabía por qué las otras se negaban. La mujer le explicó que ella es dalit, o sea Intocable, la clase que es tan baja que ni siquiera es una de las cuatro castas (varnas) de la India: Brahmanes, Chatrías, Vaishas y Shudrás. Por eso, ella no tiene problema en limpiar ninguna estancia donde viva cualquier persona.

La anécdota me recuerda lo poco que sé del sistema de castas. Mi conocimiento se reduce a que proviene del hinduismo y es rígido. La movilidad no es una posibilidad. Sin embargo, el asunto se ha flexibilizado. La Constitución de la India prohíbe el prejuicio en contra y la segregación de los dalits. Esto es influencia directa de la doctrina de derechos sociales de líderes como Gandhi quien no los llamaba dalits, sino “niños de dios”. Inclusive, en 1997 el país eligió a un dalit como presidente, K. R. Narayan. Pero el cableado cultural persiste.

Días después mi amiga Usha Raman, quien estudió su Ph.D. en la Universidad de Georgia y es una de las académicas más sobresalientes y comprometidas con la justicia social que conozco, me confía que en su departamento en la Universidad de Hyderabad hay quien piensa que ella fue contratada solo porque es Brahman, o sea “upper caste.” 

Es que cuando divides a una sociedad, el prejuicio empapa a todos. Y es muy difícil secarse por completo.


VII

En las calles y carreteras hay una imagen recurrente. En una moto, un hombre con casco maneja. Atrás, de parrillera, una mujer sentada de lado con los colores de su sari y sus velos al viento. Ella es una hermosa serpentina. No lleva casco. Lo que sí lleva muchas veces es un niño en brazos, quien también viaja sin protección.

Este país donde las mujeres proveen gran parte de sus bellos colores, no es bueno para las mujeres. Nunca lo fue. Hoy en Jaipur, la preciosa ciudad rosada, aprendí que la esposa del Majará tenía que usar ropajes y joyas que pesaban 25 Kg. Como no podía caminar con todo eso, vivía sentada en un enorme trono con ruedas que las sirvientas empujaban por un sistema de rampas dentro del palacio. No podía salir, veía el mundo a través de rendijas y compartía el marido con otras esposas y cientos (sí, ¡cientos!) de concubinas.

A la vez, es de la India de donde han salido algunas de las académicas feministas más brillantes e influyentes. Es aquí donde las mujeres periodistas se han organizado para mejorar sus condiciones de trabajo y para que no las releguen a cubrir las noticias “suaves”.  Es una paradoja (¿o aparente paradoja?) que trato de entender mientras miro los contrastes de un país con tanta belleza y tanta suciedad. Con tanto lujo y tanta pobreza.


VIII

Nuestro guía Gurvinder nos dice que caminemos mirando el piso, que no hagamos trampa, que él nos dirá cuándo podemos alzar la vista. Obedezco y camino. No es difícil, no hay mucha gente. Quizás porque llovió. Cedió el gentío y cedió algo el calor. Finalmente, nos da permiso: “pueden levantar la vista”. Lo hago y, sin aviso, sin pudor y sin control, mis ojos se desbordan. Ante mí está la perfección. El edificio—ahora lo sé—más bello del mundo. No hubo afiche o película que me preparara. Ninguno le hace justicia. Es hermoso de lejos y de cerca, por fuera y por dentro. Lo paseo y lo disfruto a mis anchas. Lo contemplo. Trato de escribirlo, pero no tengo los adjetivos que merece. Tendría que ser poeta y no lo soy.

Gurvinder no me apura. Entiende que no todos hemos vivido siempre cerca de la perfección. Él, en cambio, nació y creció cerca del Taj Mahal.


IX

Todo el mundo me pregunta por las vacas, que si ya las vi, que si es verdad que andan como peatones en el medio de las ciudades. En Delhi no vi ninguna, pero en Jaipur, Agra y Hyderabad sí. Las vi transitar, echarse en el medio de la calle como si estuvieran en el campo y atravesar en grupo una autopista de cuatro canales, parando en seco el tráfico. También las vi buscando comida entre las montañas de basura que no dejan de impresionarme. Serán muy sagradas las vacas, pero no escapan la pobreza que todavía arropa a este país en el cual coexisten palacios pintados con rubí, topacio y esmeralda, rascacielos de acero y cristal, y viviendas cuyo único techo es una lona plástica.


X

Naan” es mi salvación. El pan de la India, inmenso, delgado y delicioso, lo sirven doblado como una servilleta de tela. Gracias a su existencia he podido comer platos que jamás hubiera tolerado de otra manera. Salvo muy contadas excepciones, aquí todo es picante. (Hay, al menos, diez tipos de pimienta). Y yo no como picante. Pero con naan, arroz basmati y mucha agua, soy capaz no solo de “pasar” la comida, sino de disfrutarla y de admirar el cuidadoso balance de sus especias. Pronto tengo un menú favorito: Masala Dosa, que es como una crepe que se come en el desayuno o brunch,  Dal Makhani, tres tipos de lentejas cocinadas lentamente con especias y crema, y Tikka Masala Chicken, un pollo en una salsa anaranjada que tiene al menos siete especias. En cuanto al postre encontré dos delicias: helado de dátiles y nueces, y Baked Yogurt. Nada de esto es low cal. Y como no estoy comiendo ensaladas, ni vegetales crudos, ni frutas (menos cambur, por su concha gruesa) como medida preventiva, mi cintura ha ido creciendo con los días…


XI

Ayer en la conferencia me tocó almorzar al lado de un profesor de la India de los que comen solo con la mano derecha. Es decir, no tomó cubiertos en el buffet, solo una servilleta. Yo había leído sobre eso de comer con la mano derecha, pero nunca lo había visto. Tuve sentimientos encontrados. Por una parte me impresionó la eficiencia. La mano era una cuchara inmensa. Reflexioné sobre los orígenes e implicaciones culturales de lo que veía. Pensé en cómo harán los zurdos, ya que la mano izquierda se considera “impura” porque se usa para el aseo íntimo (jarrita, manguerita…) Por otra parte, sentí algo de repugnancia. Después de todo, la comida era arroz, lentejas y un pollo en salsa de curry. Todo era o aguado o con pedacitos pequeños. No era que se estaba comiendo un slice de pepperoni pizza precisamente. Todo esto mientras manteníamos una conversación sobre la teoría de la hegemonía de Gramsci…


XII

Busco en la versión electrónica del programa de la conferencia las palabras “Venezuela” y “Venezuelan”, solo las encuentro en los títulos de mis ponencias. Más nadie está presentando sobre mi país. Busco “Brazil” y encuentro 22 ponencias. “Colombia”: cuatro presentaciones. “Cuba”: cero. En este congreso de 900 académicos de todo el mundo, ¿cuántos somos venezolanos? Tres, todas mujeres. Todas vivimos fuera (España, Japón y USA). ¿Cuántas, de las tres, hacemos investigación sobre Venezuela? Una. Yo.

Con todo lo que sucede a nivel de medios de comunicación en Venezuela, ¿cómo puede ser que no haya más atención académica sobre el país? Tengo el gentilicio profundamente entristecido.


XIII

La conferencia es en la zona de Hyderabad que llaman “HiTec (Hyderabad Information Technology and Engineering Consultant) City”. Y, efectivamente, hace honor a su nombre. Allí tienen sede Facebook, Google, Microsoft, Apple y todas las demás. Es la India que camina hacia el futuro, tomada de la mano de las industrias de la tecnología de la información. Pero Hyderabad es varias ciudades en una. Más allá de HiTec City hay zonas que me recuerdan a Caracas. Avenidas que, como la Luis Roche (en la parte que está antes de la Plaza Altamira), tienen mueblerías retiradas lo suficiente de la calle como para tener 3-4 (insuficientes) puestos de estacionamiento. De repente, te tropiezas con zonas que parecen La Guairita. Y estás a solo 10 minutos de HiTec City. Es la definición del “Tercer Mundo”: los contrastes viéndose la cara. Pasado, presente y futuro coexistiendo en un collage de modos de vida.


XIV

El sábado, al terminar la conferencia, nos llevan en un tour por Old Hyderabad. Y, desde la salida, nos advierten que vamos a una zona con un gentío y que nos dejarán caminando por ella. Que nos preparemos para que la muchedumbre nos maree.  Profesores de más de 100 países se miran las caras divertidos con la expectativa de la experiencia.

Es el área de El Chaminar. Un monumento cercano a una mezquita en el cual confluyen varias avenidas (así como en el Arco de Triunfo en París). Esas calles son un hervidero como ninguno que yo haya visto antes. Me toma media hora recorrer unos 500 metros desde donde nos dejan los autobuses hasta El Chaminar. Quedamos separados casi de inmediato. Carros, rickshaws, bicicletas, motos, vacas, camellos y cabras transitan en desorden con el gentío en este barrio musulmán lleno de tiendas y merenderos. Es Ramadán y ya se acerca la hora de hacer la única comida del día. De los quioscos surge el aroma del haleem, ese estofado de pollo, trigo, lentejas y especias con el que recuperarán energías de manera inmediata luego del largo ayuno de 24 horas. Levanto la vista y veo un anuncio que dice “Coca-Cola and haleem go together”. Ah, el largo brazo de la globalización.

Aquí todas las mujeres están cubiertas de la cabeza a los pies de negro cerrado y solo puedes ver sus ojos en la única rendija de su atuendo. Las miro a los ojos y descubro curiosidad, complicidad, picardía, ¿risas?. El velo les da ventaja. Se pueden expresar con sinceridad sin problemas porque están tras de él. Yo no, mi rostro es un libro abierto. Debe ser correcto y contenido. Sonrío y veo el inconfundible brillo de la reciprocidad en sus ojos.

En El Chaminar, subo al primer nivel por una escalera oscura, angostísima y de altos peldaños que reta a mis rodillas y a mi claustrofobia. Arriba, tomo fotos de las calles que lo rodean. Necesito documentar lo que veo. Nadie me va a creer que Caracas es Estocolmo en comparación.


Volteo y una familia hace cola para bajar por la escalera. El bebé me sonríe. Lo apunto con mi cámara. Se enseria, pero el hombre que lo carga se voltea y me regala una sonrisa de luz, junto a las de las dos mujeres que lo acompañan. Pasado, presente y futuro. Es mi mejor foto de este viaje. Es la India que me llevo. La que me ha conmovido con su sobredosis de belleza y polvo. La que me dice que no la juzgue, sino que la entienda en sus términos y aprenda de ella. Es la India que me sonríe y me invita a regresar. Es la India que yo vi.



Más fotos en Instagram #MiViajeALaIndia #MyPassageToIndia

Sunday, April 13, 2014

Silence

 

 (This text was originally published in Spanish in Prodavinci. It was translated by my children, whose work I appreciate more than I can express here)

Venezuela never lets me go.  The country where I was born doesn’t hold my hand. It doesn’t smile at me. Instead it pulls me roughly and cries aloud its anxieties, its disaster, and its deaths. Venezuela screams on signs carried by protesters that decry empty store shelves and overcrowded morgues, and the tyranny of a government with an unbridled fury that insists on consecrating the legacy of Hugo Chávez, while attempting to impose itself by means of repression.  

I’m not from the “Right.”  I never have been.  But I don’t think what Chávez left behind is a project of social justice.  Instead, it is a carefully-built stronghold of power that is meant to be both absolute and eternal.  The evidence of this can be found in Chávez’s own discourse.  Of course, only those willing to go beyond the incomplete label of “champion of the poor,” were able to see that.  

These days, chavismo-madurismo works zealously to turn the country into a theocracy and the deceased comandante into Pharaoh.  Meanwhile, they continue to reinforce this stronghold of power so that it is impenetrable and everlasting. I have seen up close how they erected its protective outer walls.  Since 2004, I have studied the construction of the media blockade that today denies Venezuelans their own reality and reduces to a minimum the space allowed to dissident voices.  It never ceases to amaze me how many members of the international Left do not realize this, how many of them avert their eyes from the number of detainees and tortured, latching onto a socialist utopia that looks nothing like the Venezuelan reality.

Maintaining power is the obsession. That is why the government insists on dividing us, Venezuelans. They have found it fruitful to polarize us, and so they tell us that if we are not chavistas, we are not Venezuelans, that they are “pure love” and those of us who disagree are “the hate.” Yet they have an entire troop (#tropa) of people dedicated to insulting and threatening dissidents in social media.  Meanwhile, the president, who also threatens and insults us in mandatory broadcasts, then proceeds to call for “dialogue” and “peace.”  Next, he defends the behavior of the militias that wage terror in the streets.  These are just a few of the many contradictions we see between discourse and actions these days.  

Intransigence, contradictions and insults are not absent within the opposition either. Radicals from both political extremes, excessive in their language and pugnacious tone, insist on obscuring reality, inciting aggression, and widening fissures into deep chasms.  They are determined to infect us with their blindness.  As a result, the government takes advantage of the opposition’s internal cannibalism.  They spur it on.  And no matter how loudly these people declare their oppositionist identity, the ones who play along with the government’s game become promoters of the late president’s darkest legacy.  Intolerance is asphyxiating us just as much as the tear gas in the streets.

Chavistas vs. antichavistas.  Venezuelans against Venezuelans. A country where recognizing the other side is now imperative.

I have lived in the United States for twenty years, but I have never left Venezuela. No matter what geographic distance exists between my country and me, I am never distant; neither intellectually, nor emotionally. I visit my country several times a year. I study it. I adore it. It always hurts to leave it behind, but I have learned to deal with that discomfort. For years I have mastered the art of “flipping the switch” from one country to the other as I travel back and forth between the United States and Venezuela. On February 12th, however, that switch broke, and I have been living in a state of emotional short-circuit ever since.



I am a university professor.  It is not merely my job; it is my way of being; my lifestyle, if you will. The university is the ocean I navigate daily.  I love the hustle and bustle of its hallways and the unfailing “Hi, Carolina”s and “Hi, Dr. A”s I encounter along the way.  But lately I have felt very alone in my university.  Every day I arrive to campus feeling more and more overwhelmed by the news and images coming out of Venezuela, bruised from my endless analyzing, and troubled by the uncertain future of the country I grew up in.  But I don’t talk about it unless someone asks.  And that rarely ever happens. People here are not thinking about Venezuela.  Their minds are on other things. The media headlines rarely mention Venezuela.  For my colleagues and students, I am the only signifier of Venezuela. It has always been that way. This has never bothered me before, nor has it modified me. But now it does. I feel that I am constantly recoiling as a result of a silent internal ache.  People around me don’t know. I remain silent because I assume they’ve grown weary of the monothematic posts on my Facebook and Twitter accounts. They must be skipping over them at this point.  

We’re all so busy.  We have classes to prepare, exams to grade, papers to write, conferences to attend.  It’s a shame that there is no time for explanations about topics that are not in our syllabi.

My students need me.

Outside, the sky and trees are clad in spring colors.  Sunlight has banished the darkness of winter. Yet the darkness of my country remains inside of me.  So do my tears.  But no one here knows that. Perhaps some can sense it.

I enter the classroom.  I smile.  

Someone once told me that all professors are actors and the classroom is our stage.  I disagreed.  I was wrong.





Saturday, February 22, 2014

#SOSVenezuela in Athens, GA.



I was asked to be the speaker at the #SOSVenezuela rally in support of Venezuelan students.  Below, what I said:

Good afternoon,

Thanks to the student organizations and to all the students who organized this event.

Special thanks to all of you for being here.

We’ve seen the pictures of the repression in the streets of Venezuela, we’ve watched the videos. We’re here because we’re troubled by so much violence. And Venezuela’s everyday life is now marked by that terrible word: violence.

It is important, however, to remember other aspects that have been manifest in Venezuela’s everyday life for a while now and that are at the root of the current protests:

1.    The state of the economy.
a.     In the year 2013, Venezuela’s international reserves dropped 25%.
b.    The country’s annualized inflation rate was 56%, one of the highest in the world.
c.     Food inflation was 74%
d.    Health care inflation was also 74%
e.     The Scarcity index is now 28%
f.      Economic policies and the foreign exchange system have curtailed or, literally, stopped several industries. One example: the automotive industry, which used to employ 80,000 Venezuelans. It must be pointed out that there are also shortages of spare parts.
g.    The government owes international airlines 3 billion dollars; hence, some airlines have stopped flying to Venezuela, others have suspended ticket sales in the country.
h.    There are also shortages of medicines, particularly those necessary for cancer treatment.
i.      The government is trapped in its own failed economic policies and hasn't shown, so far, that it has the political will to correct them. Instead, it continues a strategy of creating scapegoats. In this way, it unloads its own responsibility on others (the business class, the private sector and the U.S.), and distracts attention.
2.    Crime
a.     According to the World Health Organization you can speak of a violence epidemic when there are more than 10 violent deaths per 100,000 people. The government says there were 39 murders per 100,000 people in 2013 in Venezuela.
b.    NGO Violence Observatory says the rate was much higher: 79 murders per 100,000 people. According to this organization, in 2013 there were 24,763 violent deaths in Venezuela.
c.     Stickups and kidnappings (express and long-term) are also the stuff of everyday life. You will be hard pressed to find a Venezuelan whose life hasn’t been touched by some sort of crime in the last decade.

These are two of the most important aspects of the context of the protests. How different opposition leaders have channeled (or not) Venezuelans’ dissatisfaction is a point of discussion. But, I want to focus our attention on the government’s response to the students’ protest. And that has been repression and intimidation by security forces and by paramilitary groups that are encouraged and defended in the government’s discourse.

According to yesterday’s report of the Foro Penal Venezolano, an NGO that gives legal and human rights assistance to detainees, there have been 506 confirmed detentions. Courts have decided that 23 of them are to stay in prison. Others wait for their day in court. The ones that have been let go, have court ordered restrictions on their freedoms: prohibition to protest or manifest publicly, prohibition to speak to the media or to express themselves in social media, prohibition to leave their city and the country, etc. Many of them are reporting to human rights NGOs that they were victims of tortures. To protest, which is a constitutional right, is being criminalized.

We have a human rights crisis in Venezuela.

But, violence isn’t only what we see in the streets or in the courts of a justice system in a country in which the government party controls all branches: executive, legislative and judicial. The government’s discourse of demonizing and intimidating dissidence is also violence.  And that discourse didn’t start last week. For years the government has assigned demeaning labels to those who think differently: escuálidos, apátridas, golpistas. The latest one: "the fascist right." Half of the country is "the fascist right." Under that label there are people who locate themselves in every point of the left-right continuum. A critical scholar like me is also "the fascist right." All of you for being here in support of Venezuelan students are, by the government’s definition, also "the fascist right."

This isn’t the only violence in the government’s discourse. I encourage you to read government officers tweets. You will find a lot of violence in their 140-character strings. Furthermore, the president threatens on national television. Not only does he threaten opposition leaders like Henrique Capriles, María Corina Machado, and Leopoldo López who’s now in jail; but also opinion leaders who aren’t politicians. Writers, artists and journalists who oppose the government have endured the hacking of their Twitter and email accounts and continuous phone threats for several years.

The president also threatens the media, whose situation in Venezuela is dire too. The government’s non-renewal of the broadcast license of oppositional TV and radio outlets, censorship, self-censorship and media buyouts by economic groups with close ties to the government, have all reduced to a minimum the window for dissident opinions. 

Media is my expertise. I’ve been studying the Venezuelan telenovela industry for more than 15 years. I’ve seen how the straight jacket has been placed on the country’s media and how it has been steadily tightened. These recent events evidenced this. But, the silencing has been in the making since 2004. And, after having domestic media totally under control, the government now goes after international media outlets. The government ordered Venezuelan cable companies to take out of their grids NTN24, a Colombian news network. Why? Because it was broadcasting from the streets of Caracas on February 12th, while Venezuelan networks were showing cartoons and cooking shows. This week, the government threatened to do the same to CNN en español. And it has already revoked the press credentials in Venezuela of several CNN reporters and producers. These actions speak volumes about the government’s real colors. They were executed after CNN en español broadcast a conversation between pro- and anti-government students moderated by Patricia Janiot, whose credential was also revoked and who was harassed by immigration and customs officers at the airport. CNN en español organized a dialogue and these were the consequences. This is what the Venezuelan government really thinks of dialogue. Some people believe that the government is overplaying its hand. After so many years of research, I must say that THIS has always been the government’s hand: intolerance and repression.

Violence engenders violence. Violence is the government’s game. This is the reason behind its actions and discourse. Those who take advantage of the people’s discontent to create more violence are playing for the government. They’ve become what they adverse. Venezuela needs peace. This can only happen through true dialogue. Through the real acknowledgment that there are different political positions and that dissent is valid. It can only happen through the respect of the constitutional right to protest peacefully. And I underline the word peacefully.

I started my remarks today by saying that we’ve all seen the pictures and videos of the events in the last two weeks.  But, I’d like to add one more picture: 



This is my mom. She’s 83 years old and yesterday she went to Altamira Square in Caracas, where many of the protesting students are, and gave out slices of the pound cake she baked for them. I found the photo in Twitter, I don’t know the person who took it. But, she has given us a picture of the Venezuela that has been forgotten in the midst of all of this: the country whose smile is wide, warm and welcoming, the one that is delighted to cook a feast for others, the one that extends its hand and hospitality every single time. It’s the Venezuela in my heart, the one I always want to go back to, and the reason why we’re all here.


Thank you very much.